El amanecer descubre la realidad oculta por horas en su habitación. Lentamente, la luz del Sol se abre paso en la oscuridad, buscando su destino inevitable.
A pasos agigantados se abre camino. A toda velocidad en su trayecto encuentra una botella. Transparente, está ya casi vacía. Atravesarla no es problema.
Por un instante, observa a su alrededor. Las cuerdas están en su altar. La copa permanece en su lugar. Y el cuaderno se encuentra en la posición destinada.
Lo que contiene es de inigualable valor. Sus caracteres manuscritos yacen escondidos tras la pluma cereza. Pero eso no representa problema alguno; puede leer de todas formas. “Peluda pelusa esponjosa sobre el mueble de mis libros”. Eso está cerca, pero es el segundo intento el que da con la clave.
Se acerca raudamente, atenta a todos los signos, escucha con cautela. Grave como el trópico tormentoso, durmiente como la calma que genera. El murmullo de una muerte en retirada se hace cada vez más fuerte y su destino está a un solo paso. El frío cementerio de un fénix por nacer. Un mero rayo basta. Una minúscula luz de amanecer para vivir nuevamente y regresar al juego.