No se trata de lo que dices. No se trata de lo que muestras ni de la forma en que actúas. Tu verdadero ser se encuentra junto a tus secretos. Lo que ocultas es aquello que termina por definirte. Fragmentos de perversiones y piezas de oscuras terminan formando una montaña bajo la alfombra.
¿Acaso me preguntas quién eres realmente? No eres el héroe ordinario y mortal en el que planeas convertirte. No eres aquel hijo, hermano o padre que ven ojos ajenos. Ni mucho menos te representa dicho semblante que te observa del otro lado del espejo.
Eres el monstruo tras el disfraz. Eres tus secretos, tu oscuridad interior. Eres tus demonios envueltos en un disfraz de carne y humanidad. Dios quiera que no logre salir a la superficie, que tu verdadera persona logre ver la luz del sol. En el momento que logren ver quién eres en realidad el hechizo se romperá y tu cara no volverá a ser la misma, puesto que no aceptará volver a la reclusión.
Y no pienses en destruirlos, es inútil. Su vida no depende de la tuya. Su existencia trasciende la de tu propia persona. Aprende a vivir con ellos, aprende a manejarlos. Idea formas de darles una mano para que no exploten desgarrando tu ser. Acéptalos, pues son más reales que tu propia esencia, están más presentes en la realidad de lo que quisieras. Quizás, sólo así, lograrás mantener intacta la máscara que tanto valoras.